Sobre el IPITIA

Es la primera vez después de más de seis años, el centro se inauguró en Abril del 2014, que escribo sobre IPITIA de una manera personal.

Para ello me gustaría remontarme mucho tiempo atrás cuando yo era un jóven profesor asociado del departamento de Personalidad de la facultad de psicología de la Universidad de Barcelona y el entonces jefe de dicha área me llamó a su despacho para decirme que, de querer continuar como profesor, debería hacer un doctorado en “cognitivismo duro”. No dudé mucho, para mí esa sugerencia, imprescindible por cierto, sería como para alguien a quien le gusta la política verse obligado a militar en el partido más opuesto a sus convicciones.

Lamentablemente no podía, para mí significaba traicionar algunos de los postulados sobre la psique que me acompañan desde que decidí convertirme en psicólogo (por cierto, en el último momento, puesto que me tentaba mucho el periodismo).

-Tengo una visión trascendente de la existencia humana, creo que toda vida tiene sentido, y sí, creo en Dios, pase lo que pase, digan lo que digan. Soy profundamente biologicista, pienso que el ambiente tiene menor influencia en comparación a la genética individual y por supuesto no dudo en concebir la mente humana como un aparato psíquico complejo con instancias conscientes e inconscientes. Y para más datos opino que hay personas que evolucionan porque se vuelcan en un trabajo constante y perseverante sobre sí mismas y otras se abandonan a sus aspectos inferiores. Por tanto me opongo radicalmente a todo tipo de igualitarismo, entendiendo que hay individuos elevados en todos los estratos sociales, desde el rincón más pobre del planeta hasta el más rico, y lo mismo en sentido contrario. Esto implica una visión elitista de la existencia, que no clasista (no tendría ningún sentido proviniendo de una extracción obrera como es mi caso).

Y mis convicciones son suficientemente fuertes, además de tener una visión racional y humanista, como para nadar contracorriente en medio del aplastante poder del cognitivismo-conductismo, al que respeto como teoría y práctica, como no podía ser de otro modo, y asumir todo aquello que implica estar alejado de la línea dominante-.

Y entonces trabajé sólo, sólo durante muchos años, exactamente veinte. Tuve mi consulta privada en diversos despachos, me formé como analista junguiano, ardua y larga tarea, hasta ser miembro de la IAAP (la internacional que agrupa a los psicoanalistas de esta orientación concreta) y en el año 2014, cuando tenía cuarenta y nueve años y estaba tan hastiado de la soledad profesional que, en conversaciones con mi esposa, decidí montar un centro de psicología.

No habíamos tenido hijos, lo cual nos dejaba cierta holgura económica, y creo que podía considerarse que, en la mayoría de casos, alcanzaba cierta efectividad terapéutica, especialmente en el tratamiento del trastorno obsesivo, problemática a la que había dedicado especial tiempo de investigación y práctica (yo ya había ido desarrollando lo que sería la teoría que recogería el núcleo de lo que posteriormente llamaríamos “afop”, activación y focalización pulsional).

Nunca he sido ni fui especialmente ortodoxo, excepto en aquello que ya funciona, pero ¿qué sentido tiene aplicar algo que sabes que los resultados van a ser tremendamente limitados? Por eso investigué para desarrollar una alternativa eficaz. Y la verdad hay algo que siempre me ha conmovido: el sufrimiento humano. Por eso desde que pude permitírmelo económicamente dejé de tratar problemas menores para centrarme en el trabajo que más me apasiona, la liberación del dolor psíquico, y la vuelta a condiciones de paz y serenidad mental de los pacientes. Y a ello me dispuse.

La primera persona que  contraté para el proyecto IPITIA fue un experto en comunicación, Andrés.

– Yo sabía que sería necesario hacer una buena difusión de una idea embrionaria que pretendí, desde el principio, convertir en internacional -.

Y como pasa en tantas ocasiones los comienzos suelen ser peculiares, empezamos trabajando sobre la mesa del comedor de mi casa, hasta que abrimos el primer espacio, una oficina cercana a mi domicilio de unos noventa metros cuadrados.

Allí nos trasladamos, y la idea se puso en marcha.

Y el centro empezó a funcionar.

Entró Marco, un psicólogo del norte de Italia, que me llamó especialmente la atención por la foto de su (excelente) currículum en la que aparecía mirando el horizonte de una gran ciudad a través de unos enormes cristales. Pensé que alguien que se presenta así, con su cara de perfil, debía ser original e inteligente, como resultó ser. Hoy Marco es el adjunto a dirección del centro y hemos consolidado una relación personal y profesional que no dudaría en calificar de excelente. No se toma ninguna decisión importante sin que ambos estemos de acuerdo, yo soy más expansivo e intuitivo, él más metódico y analítico, y… funciona.

Y después llegó Lisette, originaria de Amsterdam, y se convirtió en la tercera persona que equilibraba algunos desacuerdos.

El IPITIA empezó a ir más rápido de lo que podíamos asumir, empezamos a crecer, a tener solicitudes de terapia no solo de Barcelona, sino de otras partes de España, y pronto del mundo. Mi economía personal no soportaba las necesidades de inversión que requería la expansión. Éramos bastante eficaces, no siempre por supuesto, pero sí en muchos casos, y con ello surgió la esperanza…y las sospechas. Un sector de los pacientes potenciales nos veía como “milagrosos” y otro como “falsarios”, pero no éramos más que un grupo de profesionales esforzados y empeñados en hacer bien su trabajo. Y creo que lo hacíamos, ya en ese momento, bastante bien.

Trabajar mucho, ganar personalmente poco dinero o nada, -el año 2018 vivimos mi esposa y yo exclusivamente con el sueldo de ella, puesto que todo lo que yo ingresaba se destinaba a pagar créditos, facturas o parte de los sueldos-, generar altas expectativas y al mismo tiempo críticas negativas, muchas veces de gente que ni nos conocía ni nunca se había tratado con nosotros.

Yo quería que nos escucharan, que nos invitaran a congresos, a conferencias, a debates, pero estábamos en España, ¿qué hubiera pasado si hubiéramos sido una clínica de Boston?. Pero no nos hacían caso.

La primera oportunidad se presentó tardía, el Congreso de Psicología Europea de Moscú en el año 2019, allí expuse nuestros primeros resultados terapéuticos, en formato estadístico. Recuerdo que después de mi explicación se me acercó un hombre, unos diez años mayor que yo, y me dijo que mi exposición le había hecho reflexionar mucho porque él siempre había creído que el TOC debía tener una lógica que permitiera encontrar una solución terapéutica y que lo que yo había explicado, con mi B2 de inglés, le resultaba muy coherente. Resultó ser el presidente de la asociación de psicólogos de Croacia.

Antes de ir a Rusia pensé que, por una cuestión de principios, me gustaría exponerle a alguien cualificado de mi país aquello que iba a presentar, y se me ocurrió pensar en el Decano del Colegio de Psicólogos de Catalunya.

Me recibió y estuve más de una hora hablándole de la teoría y la práctica de la metodología, y cuando acabé y respondí a sus preguntas tuvo la deferencia de acompañarme hasta la calle, desde su despacho en el segundo piso, algo que agradecí mucho puesto que, ante tanta falta de atención, incluso de desprecio recibido, lo entendí como un apoyo moral muy reconfortante y significativo en ese momento.

Y así, dicho de forma breve, hasta hoy.

Cuando escribo esto quedan pocos días para que una psicóloga en otro país, concretamente en París, empiece a trabajar en nuestra línea terapéutica. Puedo decir que hemos tratado y tratamos, presencial y vía online, a personas de todo el mundo, algunos desplazados desde lugares remotos, como China, Emiratos Árabes, Chile o Canadá.

Atendemos en español, catalán, inglés, holandés, italiano y francés.

El equipo de profesionales formamos una especie de familia, todos muy independientes a nivel personal, y al mismo tiempo en buena armonía.

El centro ahora cuenta con un espacio total de 240 metros cuadrados y está lleno de actividad.

El sacrificio ha merecido la pena.

Y cuando alguien me pregunta, sabiendo que en muchos momentos lo he pasado verdaderamente mal: ¿Lo volverías a hacer? 

Por supuesto, sin duda alguna, el IPITIA  es ya parte de mi vida.

 

Damián Ruiz

Director

www.ipitia.com

Barcelona, 20 de Septiembre de 2020

Scroll al inicio