El día que inicié, a los 33 años, mi propio análisis personal con José López Aguilar, analista que falleció hace algunos meses y del que guardo un muy buen recuerdo, me preguntó si ya sabía que iba a ser una especie de sacerdocio. Me quedé algo sorprendido por la idea y, con los años, pude constatar que lo fue. Un compendio de introspección, maduración y estudio (esto último porque era condición para devenir analista).
Pero ¿por qué decidí hacerme “junguiano”? ¿Qué proponía Carl G. Jung, el médico y psicólogo suizo (1875-1961) que no propusieran otras líneas del psicoanálisis, la freudiana, kleiniana, lacaniana, etc.?
La respuesta para mí era y es muy concisa: una visión trascendente de la existencia.
Debo decir que previamente a ello renuncie a continuar como profesor asociado del Departamento de Personalidad de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, cuando su director me propuso permanecer a cambio de hacer mi tesis doctoral en, literalmente, “cognitivismo duro”.
-Ya explicaré más adelante porque no soy “cognitivista”, línea a la que respeto como no podía ser de otro modo, entre otras cosas porque ostentan el poder en todas las instituciones académicas y hospitalarias de España y otros países europeos. Y ya sabemos que la eficacia terapéutica se mide de una manera diferente si es la corriente “oficial” o no lo es.
Añado algo más sobre esto, el cognitivismo (- conductismo) no es solo una teoría más con muchas ramificaciones, como el psicoanálisis, sino que es una visión del ser humano en toda su dimensión, mucho más cercana al constructivismo, al igualitarismo y, en el fondo, al marxismo, como ya he dicho en otros artículos. Teorías que no defiendo en ningún caso.
La visión junguiana de la existencia no sólo plantea una idea trascendental sobre la dimensión humana sino que convierte a cada individuo en único. Y ese ser único tiene una particularidad, y es que nadie le puede añadir ni sustraer nada, o dicho de otro modo, se le puede favorecer o perjudicar, a través del medio, pero por mucho que se le instruya en la uniformidad, -incluso bajos regímenes dictatoriales alejados de las democracias parlamentarias occidentales-, se le podrá forzar a llevar una máscara, a ser, en términos junguianos, un modelo de “persona” adaptativo al medio pero nunca se podrá quebrar su esencia, por mucho que la tenga que “enmascarar”.
Pues bien el análisis junguiano consiste en eso, en encontrar “lo que uno es”, tratando de eliminar los lastres que le afligen, integrando todo conflicto, revelando las potencialidades y los temores, los talentos y las culpas, y llevándolo a una dimensión espiritual, religiosa o no, que le permita encontrar el camino adecuado en su propia vida.
Tengo una visión elitista, que no clasista, de la existencia. Y con ello quiero decir que hay, en todos los sectores sociales y en cualquiera de los rincones del planeta, individuos con gran potencial, a veces, desgraciadamente, en condiciones de miseria. Y son ellos los que tienen la materia sobre la que trabajar, sobre la que indagar para ayudar a elevarla. Y los que viven en nuestras sociedades avanzadas en ocasiones se encuentran perdidos porque intuyen, conocen de sus talentos, de su libertad intrínseca, de su mirada sobre las posibilidades que ofrece la vida, pero también sufren el vacío interior, la apatía, la desidia, el aburrimiento o la pérdida de esperanza. Atrapadas por la neurosis o la tristeza hay muchas almas que vagan en un cierto desconsuelo.
Jung ofreció algunas de las claves más adecuadas para ir liberando al ser que subyace en cada uno de nosotros.
En eso consiste, fundamentalmente, este proceso analítico.
Damián Ruiz.
Barcelona, 5 de Abril, 2020.