Damián Ruiz
En el mundo de los ejecutivos y directivos, donde el rendimiento constante, el control y el éxito son pilares cotidianos, puede surgir un profundo desequilibrio psíquico. Desde la perspectiva de la psicología analítica, la adicción no es simplemente una conducta disfuncional, sino una manifestación simbólica de una fractura interior: un intento inconsciente de llenar el vacío que deja la desconexión con uno mismo.
La cocaína, con sus efectos euforizantes y su capacidad para reforzar la imagen de seguridad, suele convertirse en un recurso para sostener una persona inflada —esa máscara que se adapta a las exigencias del rol profesional. Sin embargo, cuanto más se fortalece esa imagen externa, más se reprimen los aspectos latentes e inconscientes, la sombra según Jung. Y es justamente desde esa sombra que brota la adicción.
En muchos casos, la adicción a la cocaína no surge del deseo de placer, sino de una necesidad de sobrevivir psíquicamente frente a la presión, la soledad y la autoexigencia extrema. Desde lo analítico, esto se entiende como un grito del inconsciente, una búsqueda distorsionada de integración y sentido.
Salir de una adicción no consiste únicamente en suprimir una conducta. Es necesario emprender un viaje interior: reconocer emociones reprimidas, integrar aspectos olvidados de la personalidad y reconstruir una relación más auténtica consigo mismo. Para un directivo, este proceso puede resultar amenazante, pero también profundamente transformador.
La adicción no es el enemigo: es el síntoma de algo que busca ser escuchado. Si se aborda con profundidad, puede abrir la puerta a un verdadero proceso de individuación: el camino hacia una vida más integrada y significativa.