La convivencia con una personalidad psicopática y el deterioro de la salud

Las personalidades psicopáticas se caracterizan por una total falta de empatía hacia los demás con la excepción de aquellas personas que creen que les pueden proveer de algo que ellos consideren valioso: dinero, reconocimiento, autoestima, y de los vínculos efímeros en los que son verdaderos maestros. Un psicópata puede ser un auténtico déspota hacia su familia, con momentos de clara crueldad, y encantador con las personas que encuentre en su vecindario o en su comunidad, siempre y cuando no le soliciten ningún tipo de favor que requiera un mínimo esfuerzo.

El individuo psicopático divide la población en dos partes: aquellos a los que debe “dar”, -afecto, provisiones materiales, estabilidad-, y a los que detesta profundamente (hay que recordar que viven por y para ellos mismos), y de los que puede “recibir”, especialmente, como decía antes, tanto objetos como halagos, ante los que se puede mostrar sumiso, adulador y ruin.

El psicópata se crió con carencias afectivas graves, sobre todo con falta de una “función materna” consistente, o bien recibió una sobredosis de amor y protección que impulsó una personalidad narcisista llegando a considerar que no hay nada más valioso que él o ella.

La persona afectivamente carencial aprendió a diferenciar a aquellos que le explotaban y abusaban psicológicamente de él o ella, y los que le proveían, extremando su actitud ante ellos, rabia y odio hacia los primeros, amor y agradecimiento extremo hacia los segundos.

En la edad adulta, al tener que proveer a otros, lo sigue considerando, de modo inconsciente, una forma de explotación, y por tanto activa la misma emoción que en la época infantil.

Es evidente que el psicópata, en mayor o menor grado, tiene un problema psicológico grave pero se sabe que terapéuticamente, es muy difícil de subsanar, porque no tienen conciencia de ello y lo único que hacen, los más inteligentes, es un “como sí”. Aceptan las indicaciones como cambios conductuales visibles sin integrarlos, es decir se adaptan mínimamente a lo que se espera de ellos.

La cuestión principal es el deterioro emocional, incluso físico, de las personas con las que conviven, ya sea en el ámbito familiar o laboral.

La personalidad psicopática ejerce un férreo control sobre la vida de su entorno, especialmente esposa e hijos, o en su caso la pareja. Suelen hostigarlos continuamente con reproches de todo tipo llevándolos a la invalidación como personas. Estos aprenden a no molestar o en todo caso a actuar única y exclusivamente como brazos ejecutores del psicópata. Acostumbran a vejar, humillar, insultar y despreciar de forma permanente a aquellos que, de un modo u otro, dependen de ellos. La rabia y la ira que, sintieron en un determinado momento de sus vidas bajo una situación de impotencia, ahora es descargada sin piedad sobre los que consideran más débiles o por debajo suyo.

Además tienen la habilidad de dar con mujeres sumisas, que desde su baja autoestima y su desarrollado aspecto maternal, les acogen como si fueran pobres desgraciados maltratados por la vida. Y esa, lamentablemente, será la clave de su degradación puesto que las irán mermando hasta dejarlas sin fuerzas, deprimidas emocional e inmunológicamente hasta enfermar. Una vez que esto ocurra no serán sus cuidadores, -en realidad bajo una pátina de sentimentalidad pueril, se esconde el deseo de aplastar a otros, -violencia diferida o venganza por lo que sufrieron-, sino serán los que las aleccionen con virulencia por no haber hecho caso a sus advertencias previamente a enfermar.

Este tipo de individuos son muy difíciles de detectar para el conjunto de la sociedad, son encantadores públicamente, y pueden convertirse en ancianitos amables mientras siguen vejando a otros para satisfacer su anhelo, inconsciente, de venganza.

Esposas e hijos, muchas veces agredidos psicológica y/o físicamente, de manera visceral durante años o décadas, se pueden encontrar, de repente, con un “abuelito amable” de cara al mundo externo, y se ven impelidos a cuidar de su tirano para no ser juzgados negativamente por esa misma sociedad, a la que le es tan fácil opinar desde la trivialidad del desconocimiento.

¿Qué hacer ante esta situación?
Apartarse inmediatamente, y de manera definitiva, del psicópata, especialmente si no ha extinguido su conducta. No creer en buenas palabras, volverán al fin y al cabo a tener la misma actuación de siempre en el momento que se sientan seguros.

Y mantener siempre la dignidad personal. Una persona no tiene porque cuidar de su maltratador, especialmente si no ocurrió por un periodo breve de tiempo y despertó su arrepentimiento y conciencia. La vejación y la humillación, el control desproporcionado, la propia merma de la salud, que se ha sufrido no merece una entrega abnegada por parte de la víctima, en el mejor de los casos, una fría gestión es suficiente.

Hay que hablar con trabajadores sociales, mediadores familiares, psicólogos, e informarse y adoptar las medidas necesarias para alejarse de la psicopatía.

Por último, recomiendo, encarecidamente el libro de Marie-France Hirigoyen, “El acoso moral” (probablemente el libro que más he recomendado en mi vida) una auténtica revelación para todos aquellos que son o han sido víctimas de estos personajes peligrosos.

Damián Ruiz

Psicólogo (COPC) y Analista junguiano (IAAP)

Barcelona

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