Una gran parte de la humanidad suele hacerse preguntas existenciales, algunos de forma persistente, otros en determinados momentos, especialmente cuando suceden circunstancias adversas de uno u otro tipo.
La cuestión más recurrente es la que hace referencia a lo que ocurre después de la muerte. Unos cuantos consideran que ahí todo se acaba y a los que se nos ha concedido, de forma natural, la fe en Dios, algo que agradecemos profundamente, participamos de una visión trascendente de la existencia y por tanto, de un modo poco cartesiano, entendemos que hay un continuum postmortem. Tan poco cartesiano, por cierto, como la creencia en el big band como origen del universo, pero esto al estar consensuado por la filosofía dominante es la pura verdad sin más objeciones .
Una de las situaciones en la que esta duda aparece es cuando fallece un ser querido. Los que dudan, -crédulos e incrédulos no estamos tanto en esa tesitura-, tienen en esa circunstancia el momento cumbre de los temas existenciales y todas las religiones y las tradiciones místicas, serias, de la humanidad dan diferentes respuestas. La más común, en la que muchas coinciden, es la de la liberación del alma respecto al cuerpo, de la materia. A partir de ahí, lo que pueda ocurrir, se explica de diferentes modos.
También hay literatura sobre el tema, médicos, filósofos, psicólogos y psiquiatras han elaborado obras divulgativas sobre la cuestión. La que fue, en el siglo pasado, una de las mayores especialistas en tanatología, Elizabeth Kübler-Ross, escribió uno de los grandes bestsellers sobre el tema, La muerte, un amanecer, y actualmente el médico catalán Manuel Sans también hace divulgación sobre las experiencias cercanas a la muerte.
Podríamos considerar que los humanos tenemos la necesidad de creer en algo que alivie nuestra incertidumbre y ansiedad en momentos difíciles, especialmente aquellos que rodean la enfermedad y el traspaso propio o de un ser querido.
Desde un punto de vista intelectual el materialismo reduccionista siempre me ha parecido, con todos los respetos, una enorme estupidez. El mundo da continuas señales en forma de símbolos y metáforas como para hacer exclusivamente una interpretación literal de la existencia. Acercándonos mínimamente al conocimiento de la física podemos recordar aquella cita de Einstein sobre el tiempo: «Pasado, presente y futuro no son más que una ilusión que necesita nuestro cerebro para poder funcionar».
Seguimos un tiempo cronológico, del dios Cronos, el Saturno romano, que se basa estrictamente en la linealidad material porque es aquello que nuestros sentidos están capacitados para poder percibir dado que, en lo que no lo están, consideramos que no existe. Igual que nuestro cerebro almacena, a lo largo del tiempo, mucha más información de la que podemos procesar, de ahí también que considerar el voluntarismo, por sí solo, como motor de cambio en muchas ocasiones se muestra muy insuficiente. Lo almacenado es muy poderoso y puede frenar movimientos o lastrar considerablemente.
Honestamente, nadie está en condiciones de poder afirmar de forma tajante la existencia de una vida después de la muerte pero tampoco lo contrario.
Por tanto, lo correcto, en mi opinión, es dejar las puertas abiertas a esa posibilidad de una existencia extracorpórea una vez hemos dejado este mundo. Considerarlo así hace que la vida cobre sentido porque a poco que hagamos un esfuerzo de comprensión lógica de la existencia y del curso de los acontecimientos nos podemos dar cuenta, así lo creo, de que todo responde a algo y que el engranaje es perfecto. Incluso lo que llamamos azar podría ser parte del engranaje.
Para Leddys, una dama