Damián Ruiz
Pretendo, con este escrito, iniciar un apartado en el que iré haciendo algunas reflexiones sobre cuestiones psicológicas, sobre aspectos de la vida en general o aquello que considere interesante poder compartir.
En este primer texto la primera reflexión la quisiera hacer sobre la práctica de la psicología clínica y la psicoterapia.
Actualmente se está imponiendo, bajo el epígrafe “con evidencia científica” una visión de la psicoterapia tremendamente superficial en la que, además de utilizar términos biologicistas y prácticas reduccionistas, se estigmatiza todo el cuerpo teórico previo hasta llegar a ella y que es en sí lo que ha aportado grandes avances en esta práctica científico-humanista.
Descartar a Freud, Maslow, Jung, Rogers, James, Millon, Frankl, Klein, Adler, entre muchos otros y sustituirlos por teorías banales de escasa calidad pero en las que se invierten ingentes cantidades de dinero para obtener resultados estadísticamente significativos y de ese modo poder convertirlas en oficiales, -entre otras cosas porque el concepto de ser humano que defienden apenas tiene identidad previa más que aquella que las circunstancias van dibujando y con el añadido de que son muy favorables a la autoconfiguración a la carta tan de moda hoy en día-, es como mínimo un insulto a la inteligencia.
Bajo la pátina de cientifismo, -evidentemente la ciencia debe ser el criterio a medir, pero la ciencia basada en pruebas biológicas reales- se margina todo un compendio de sabiduría histórica en forma de textos, de experiencias y prácticas terapéuticas, para promover una psicología vacua en la que cuatro consejos de sentido común y cierta empatía simpática, se convierten en el criterio a seguir por todos a nivel terapéutico.
Los que, como es mi caso, hemos estudiado e investigado a través de muchas lecturas de los grandes psicólogos, y con una práctica terapéutica extensa, para poder aportar un grano de arena y tratar de ayudar a salir del sufrimiento psíquico a personas que lo padecen en un grado elevado, lo consigamos a veces y otras no tanto, parece que tenemos que excusarnos ante la prevalencia del reduccionismo terapéutico que ni siquiera, en muchos casos, tiene una mínima consideración por la existencia del trauma en la vida de una persona ni por una configuración de personalidad innata más allá de circunstancias por las que haya pasado.
Al nacer “ya somos” y el trauma influye mucho en nuestro desarrollo personal.
Y las teorías de esos grandes pensadores, antes citados más muchos otros, hay que tenerlas en cuenta, y cualquier psicólogo que se precie debería, mínimamente, conocerlas.
La psicología es y debe seguir siendo humanista y en ese sentido mi posición es firme.
Y los resultados de muchos terapeutas que se guían por toda esa tradición basada en teorías profundas y complejas sobre la psique humana como mínimo no son peores que los de consejos y prácticas simplistas, y me atrevo a decir que, a pesar del silencio y la marginación del oficialismo académico actual, son mucho mejores.