Conducta agresiva rebelde.
Este tipo de conducta es más habitual en la adolescencia o en la juventud, aunque también en adultos con dificultades de adaptación se pueden producir episodios de agresividad, aunque entonces el problema podría ser síntoma de un trastorno más grave y que requiere una valoración y diagnóstico más exhaustivo.
Pero centrémonos en los más jóvenes.
¿Qué puede pasarle a una chica o un chico que adopta comportamientos frentistas hacia los padres?
O frente a uno de los padres. Veamos diferentes posibilidades:
1-Los padres no han sabido ayudarle a tener la suficiente seguridad hacia el mundo, ya sea porque son miedosos, o bien porque no le han valorado lo suficiente como para que su autoestima sea la adecuada. Entonces se siente en inferioridad de condiciones lo cual le puede llevar a cierto tipo de complejos que le impiden relacionarse y funcionar con fluidez en su vida. La rabia por la propia impotencia se dirige hacia los padres.
2-El padre no vive en casa (por separación), es un padre ausente o negativista.
Para los chicos (varones) la presencia del padre en su vida es fundamental, especialmente en la etapa que va de la infancia a la adolescencia (de los once a los quince años). El padre es el modelo referencial, es la persona que le abre las puertas al mundo y le guía en sus primeros pasos.
Si el padre no está, o está como si no estuviera, o rivaliza (inconscientemente) con el chico atacándole en todo lo que hace, este puede empezar a reclamar, a veces a gritos o con enfados agresivos, su necesidad de que se le aporte la seguridad y firmezas necesarias para salir a la vida y experimentarla con fortaleza y energía.
En el caso de las chicas su necesidad fundamental, en estas edades, es la de “ser alguien” para su padre. Ser vistas con ojos protectores y cuidadores por parte paterna. Eso les da seguridad y les permite filtrar y seleccionar sus relaciones con los chicos. Un padre amoroso y al mismo tiempo directivo con su hija, hace que ella tenga mucha confianza en sí mismo a la hora de relacionarse con chicos, y no se vaya con el primero que le dice “hola” porque su feminidad está dolida al ser ignorada en su hogar.
3-En casa no hubo nadie que puso límites.
Hay quien considera que educar niños es más o menos algo parecido a criar monos, pero es evidente que no vivimos en la selva y que los niños requieren ser civilizados. Es decir, encauzados en sus comportamientos, y disciplinados en sus conductas.
Y ¿cuál es el grado de disciplina adecuada?
Pues si los padres son capaces de ser bondadosos y cariñosos con su prole, una disciplina razonada y razonable no tiene porque ser algo negativo, y por lo tanto puede aplicarse a todas las áreas de la vida.
En función del tipo de personas que, los padres, quieran que sean sus hijos marcaran sus hábitos, hasta la adolescencia (allí habrá que empezar a negociar con pulso firme pero con capacidad de comprensión y de conocimiento del medio en el que vive el hijo, es decir evitando producir un marginado).
Pero debido a la falta de límites: estos adolescentes que dejan los estudios, que duermen cuanto quieren entre semana, que los fines de semana son de juerga continua, son los más propicios a la agresividad porque su vida no la gestiona su sistema nervioso central sino el vegetativo. Es decir que lo único que les diferencia de los simios es que son capaces de hablar y poco más.
Una falta de límites y de disciplina, consentida por los padres, ha llevado a esta situación. Por tanto es lógico que se rebelen ante cualquier cosa que les suponga un esfuerzo.
El consentimiento o la tolerancia excesiva lleva a eso.
Y ¿qué se puede hacer frente a la conducta agresiva?
Aquí se hace necesaria la unidad entre padres y terapeutas. Además de que el joven esté motivado por acudir a las sesiones psicológicas necesarias para poder reestablecer una “vida normal”. Se puede conseguir superar este estado siempre y cuando todos funcionen de acuerdo.
Damián Ruiz.
Psicólogo (Col.7884)
Analista junguiano (IAAP)
Barcelona.