La anorexia nerviosa

anorexia nerviosa.

Es posible que la anorexia que padecen tantas jóvenes, y chicos cada vez más, tenga que ver con la imagen que proyectan las modelos de las marcas de ropa. Pero, de verdad, ¿creen que ese es el factor fundamental para que alguien deje de comer? Desde el principio siempre me pareció anecdótico y, si me permiten, hasta estúpido, convertir ese criterio en el factor clave para esta grave enfermedad, y no será porque no han insistido los unos y los otros sobre el tema. Si esto fuera así sería tanto como decir que sin en las pasarelas de Milán y París solo desfilaran modelos con una talla 38 como mínimo se acabaría la anorexia. Un poquito tonto ¿no?

Dicho esto. La anorexia es un grave problema de base afectiva, como la mayoría de trastornos psíquicos.

Necesidad de afecto convertido en una tendencia autodestructiva
La personalidad anoréxica tiene una necesidad de dar y recibir afecto muy fuerte pero al mismo tiempo la combina con una intensa rabia que acaba convirtiéndose en autodestructiva. Y de alguna manera esa distorsión de la propia imagen no deja de ser una distorsión de la realidad producida por sus propias proyecciones internas. Se ven gordas o gordos, aunque estén esqueléticas/os, porque “algo en su interior” está programado para un proceso de deterioro progresivo, y si se vieran bien el proceso no podría continuar.

Pero vayamos por partes, si trasladásemos la anorexia al mundo animal y observásemos que un miembro de un clan se aparta del grupo y deja de comer, ¿qué pensaríamos? Lo más lógico es que está enfermo. Pero si hubiéramos estado estudiando al grupo durante algún tiempo, a lo mejor constatábamos que ese animal había sido expulsado. También sabemos de mascotas que dejan de comer cuando sus amos fallecen o son abandonadas.

Dejar de comer puede significar también “sentirse expulsado/a” del clan. Pero ¿cómo va a ser eso cierto si resulta que los familiares, especialmente padres y hermanos, están muy preocupados por la recuperación del enfermo/a?

Los vínculos
Ah, pero tres preguntas: ¿Cuál es el clan de referencia para esa persona enferma? ¿Cuáles son los sentimientos íntimos del clan más allá del interés por el enfermo/a? y ¿cuáles son los de la enferma o enfermo?

Con la primera pregunta me refiero a que exista la posibilidad de que el grupo de referencia no sea necesariamente la familia sino el grupo de amigos, del que, por alguna razón se ha podido sentir excluida/o. Con la segunda me refiero a que más allá de los actos puede haber una hostilidad latente aunque no expresada en algún miembro importante de la familia o bien una no vinculación afectiva real, es decir, en apariencia todo está bien pero o bien hay agresividad latente hacia el enfermo/a o bien no hay ningún tipo de sentimiento amoroso hacia él/ella por parte de alguien muy significativo, o por parte de todos. Y la tercera cuestión hace referencia al componente gravemente histérico de la persona afectada por anorexia, y ese componente puede tener guardada “secretamente” una profunda necesidad de ser amada/o por “alguien” en concreto.

Un grito del alma
Ir perdiendo peso sería el grito de alarma que emite el cuerpo ya que no se puede expresar a través de la palabra ¿por qué? O bien porque el enfermo/a no puede reconocer conscientemente su necesidad, o bien porque es una necesidad muy primaria, incluso prohibida.

Y, por supuesto, no funciona aquello de que “la quiere todo el mundo”, porque eso es tanto como si alguien necesita amor y le abraza el vecino, claro que le da amor, pero el amor se recibe solo de quien uno o una está dispuesto a recibirlo.

Por tanto al abordar una anorexia nerviosa es muy importante saber que estamos ante alguien muy susceptible, emocionalmente frágil y que no va a “abrirse” emocionalmente a nosotros y menos con los tontos discursos sobre la moda que tanto han proliferado en los últimos años. Esa persona tiene necesidades básicas a nivel afectivo inconfesables o irreconocibles para ella.

Tratar de crear el clima adecuado, de confianza, receptividad, sosiego y apertura, va a ser básico, cualquier intervención brusca y forzada (excepto en situaciones límite) será contraproducente, pues en último término no se trata de que comprenda con la razón sino que permita volver a activar la capacidad de dar y recibir amor.

Damián Ruiz.
Psicólogo (Col.7884)
Analista junguiano (IAAP)
Barcelona.

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