Una de los aspectos más sorprendentes que ha ocurrido en la historia de la psicología es que después de grandes avances teóricos y científicos la metodología predominante en el uso de la praxis terapéutica es la que, podríamos decir, se basa en el “adiestramiento” de pacientes.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo es posible que después de aportaciones teóricas de un altísimo nivel de conocimiento sobre la psique humana provenientes del humanismo, de la terapia sistémica, del psicoanálisis, o de las líneas más biologicistas, al final lo que haya prevalecido sea el método más reduccionista, con el que además corremos el riesgo de que su oficialidad se acabe imponiendo?
Hay varias respuestas que creo deberíamos considerar. La primera es que es una psicología desarrollada en laboratorios universitarios, donde una gran mayoría de investigadores jamás han ejercido la psicoterapia y están tratando de llegar a una simplificación del factor humano que pueda ser demostrada, bajo criterios estadísticos de grupos experimentales (replicables en el mismo sentido o en el contrario), como la más efectiva.
Además en complicidad con la psiquiatría más organicista, que sigue considerando la psicología como meros ayudantes de la farmacología, y con las nuevas tendencias sociales a nivel ideológico que consideran a los seres humanos como “tabulas rasas” modificables o auto-configurables a voluntad (léase relativismo, nihilismo de Foucault, ideología de género, etc.), todo aquello que se aparte del estándar terapéutico corre el riesgo de ser etiquetado de “no científico” con lo que eso supone de estigmatización en una sociedad que corre el riesgo de no creer más que en aquello que caprichosamente cada uno desee sobre sí mismo, dicho de otro modo, el narcisismo social favorece el constructivismo teórico de una manera considerable.
Por otra parte el ya mencionado criterio estadístico, obtenido en laboratorios experimentales y mediante pruebas psicométricas, puede empezar a ser anacrónico, -espero que suceda pronto-, para dar paso a la constatación de la eficacia terapéutica mediante biomarcadores, es decir pruebas biológicas sobre cambios reales en el organismo. Y el mayor avance se producirá cuando la medición pueda ser personalizada, como ya está ocurriendo en algunas áreas de la medicina, y sea el paciente concreto el objeto de medición, más allá de las pruebas realizadas en grupos de población.
No me resigno, ni nos deberíamos resignar una buena parte de los psicólogos, a pasar por el filtro del reduccionismo terapéutico. Creo que hay suficiente cuerpo teórico y científico como para realizar intervenciones clínicas eclécticas e integradoras, sabiendo en cada momento detectar cuales son los elementos más adecuados para una determinada problemática y un determinado paciente.
La psicología del futuro, ya la del presente para muchos, es profunda en cuanto al análisis de los factores de personalidad así como a los desencadenantes del problema, es respetuosa con los indicadores de mejora confirmados por el paciente, y no por las estadísticas, y es mucho más compleja que la que se nos quiere imponer desde el oficialismo institucional en determinados países.
Estoy convencido que en un futuro no muy lejano la psicología estará muy cerca de la biología, de la física y algo más lejano, de las matemáticas. Pero no podemos tirar todo un conocimiento teórico por la borda en aras de adaptarse a una simplificación excesiva de los criterios de intervención terapéutica.
Damián Ruiz.
Barcelona, 9 de Abril, 2020.