Damián Ruiz
Una persona que sufre un trastorno obsesivo es muy probable que pasara por situaciones en la infancia o en la adolescencia que inhibieron su espontaneidad, parte de sus emociones, una sana agresividad que le permitiera defenderse y, por supuesto, cualquier tipo de asertividad.
Y todo ello debido a circunstancias vividas que le hicieron reprimirse y contenerse obligándole a “pensar la vida” en lugar de vivirla.
¿Cuáles pudieron ser esas vivencias?
Ambiente familiar estricto, autoritario, o caótico (por ejemplo algún progenitor alcohólico o drogadicto), abuso psicológico, violencia física, abuso sexual puntual o extendido en el tiempo, circunstancias graves acontecidas en el entorno, muerte o enfermedad de seres queridos, y quizás uno de los más importantes, el acoso escolar o bullying ante el que optó por no defenderse y pasar desapercibido.
Todas estas situaciones generan un grado de inhibición muy elevado que, más allá de la posible predisposición genética, al llegar la vida adulta, y aparecer los normales factores estresantes, la persona no estará preparada para afrontarlos y la ansiedad basal generará manifestaciones obsesivas de un contenido que nunca es literal sino simbólico o metafórico. Los contenidos de cada TOC, orientación sexual, religión, contaminación, etc. son siempre representaciones de aspectos inconscientes.
Tratar de averiguar cuáles son esos aspectos inconscientes, tales como la sobreadaptación, sumisión, renuncia, sacrificio, dificultades o imposibilidad de desarrollar la propia personalidad, etc., es una de las tareas que el terapeuta debe realizar en el transcurso del tratamiento.
El terapeuta se debe hacer a sí mismo y hacer al paciente las siguientes preguntas:
¿Qué pasó en tu infancia, adolescencia y primera juventud?
¿Qué situaciones viviste como difíciles o complejas?
¿A qué has tenido que renunciar?
Las respuestas serán claves para empezar a entender lo sucedido.
A partir de ahí podemos iniciar el tratamiento consistente en volver a activar y a desarrollar aquello que la persona “es” y que tuvo que inhibir para poder subsistir.
La clave reside en volver a conectar con el deseo y tratar de materializarlo o, como mínimo, dirigirse hacia él con la intención de que eso mismo sirva como práctica liberadora de todo aquello que quedó reprimido.
En realidad el tratamiento del trastorno obsesivo consistiría, fundamentalmente, en devolver al paciente a su estado natural, más allá, insisto que pueda haber una tendencia obsesiva de base que no necesariamente debe manifestarse en forma de trastorno, sino como una simple predisposición de la personalidad.