Sobre el suicidio

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En 2022 se suicidaron algo más de 4.000 personas en España, siendo los grupos más afectados los hombres mayores de 45 años y los de 80, aunque también se ha incrementado en jóvenes entre 15 y 29 años. El 75% de los suicidios son cometidos por hombres, aunque el número de tentativas en mujeres es más elevado. La soledad, las enfermedades crónicas, las dificultades económicas, entre otras, son algunas de las causas que llevan a una persona a actuar de un modo tan extremo.

El suicidio debería abordarse, fundamentalmente, desde una perspectiva sociológica. La falta de redes sociales “presenciales” y de comunicación es un problema grave para muchas personas -y atención a su influencia en las enfermedades neurodegenerativas-. Cada vez que una persona decide finalizar su vida de forma tan brusca, se puede decir que en algo estamos fallando todos, no solo su entorno más cercano que siempre acaba sintiéndose culpable, sino el conjunto de personas que poblamos esta sociedad.

Muchos ancianos no tienen la flexibilidad mental suficiente, especialmente varones, para integrarse en un ambiente tan fluido y cambiante, en su fuero interno se atienen, no por voluntad, sino por imposibilidad de hacerlo de otro modo, a los valores y costumbres aprendidos y eso les lleva a cierto grado de aislamiento. El mundo actual se les escapa y viven carentes de contactos reales, independientemente de que alguien se dirija a ellos, tal que vestigio de un tiempo pasado de quien no se espera más que una frase anecdótica.

Por otra parte, a los varones, de mediana edad, en un tejido social donde predominan claramente los valores femeninos, se les exige cierto grado de éxito socioeconómico, del que no pueden ausentarse. Y cuando se produce la pérdida de un empleo, de posición económica o de una relación de pareja estable, les lleva a un nuevo punto de partida para el que algunos no están preparados y deben deambular en la búsqueda de nuevas oportunidades de todo tipo. La concepción del fracaso sigue atizando la autoestima masculina que, en ese sentido, suele ser mucho más vulnerable. Muchos hombres de mediana edad basan su posición vital en cuestiones crematísticas y si esto o el prestigio profesional falla interiormente puede haber un derrumbe difícil de soportar.

La vida es una novela con varios capítulos, en la que entran y salen personajes, se cambian los decorados, las circunstancias y no siempre tenemos, diría que en pocas ocasiones, la capacidad de incidir mucho en la trama. Guiamos a nuestro personaje, pero depende tanto de diferentes variables, algunas poderosas, que en ocasiones lo único que podemos hacer es aceptar la tormenta, la inundación o el terremoto, en caso de que se produzca, y esperar a que amaine. Las pérdidas son intrínsecas a la existencia, pero, a veces, llega algo nuevo e inesperado que puede ser mejor que lo anterior. Es importante permanecer abiertos y receptivos, pues las oportunidades requieren estar “presente” y no melancólico ni colérico por lo sucedido.

Los jóvenes también pueden colapsar porque un fracaso o una situación adversa les puede llevar a considerar que ya nada ni nunca más les devolverá el sentido de la vida cuando, en realidad, todo está por hacer, todo está por delante.

La vida, para muchas personas, algunas cercanas a nosotros, es especialmente dura. Los Gobiernos deben generar estrategias para paliar la soledad, para ayudar a mantener la dignidad personal ante la sensación de fracaso y para establecer, especialmente para los jóvenes, una red pública eficiente dedicada a la salud mental.

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