Damián Ruiz
Si simplificamos mucho podríamos considerar que el paciente obsesivo lucha para que algún aspecto inconsciente no se manifieste mientras que el adicto adopta la actitud de escape ante ese mismo aspecto o aspectos. Y estos, en muchas ocasiones, representan fuerzas no integradas de la naturaleza de la persona, fuerzas inconscientes que son inherentes a la esencia del ser, pero que, por alguna razón, no han podido desarrollarse o han estado reprimidas.
Partamos de una premisa con la que trabajo: la genética es más importante (mucho más) que el ambiente. Con esto lo que estoy afirmando es que en el momento del nacimiento, ya incluso como embrión, el niño o la niña ya son, y el ambiente lo único que hará es ayudar, mejorar, empeorar o impedir el desarrollo de todo aquello que quiere expresarse como fenómeno perceptible.
El recién nacido viene con potenciales virtudes y defectos, pongamos por ejemplo, una posible alta capacidad intelectual y al mismo tiempo, tendencia hacia la ira. Un buen ambiente y una buena educación le permitirá desarrollar la primera y reducir la segunda, pero también podríamos encontrarnos con un bloqueo y una activación respectivamente suponiendo esto un agravio para las posibilidades del niño.
Cuando las circunstancias de un paciente con, quizás, cierta predisposición obsesiva, son complejas: abusivas, acosadoras, generadoras de miedo, etc., existe la posibilidad de que en la infancia o adolescencia de forma inconsciente, y para evitar que suceda nada “peligroso” reprima algunos aspectos, probablemente muy positivos, de su desarrollo personal. En el caso de los adictos, la forma de evadirse de las situaciones complejas no pasaría por esa represión sino, al contrario, por una huida que le aleje del dolor psíquico o emocional, y de ahí la posibilidad de entrar en el complejo terreno de la adicción a sustancias o a otros elementos.
Si los arquetipos latentes que anidan en el inconsciente de la persona, en términos junguianos, son muy poderosos necesariamente el grado de represión o huida van a tener que ser igual de fuertes para obstaculizar la aparición de tales configuraciones psíquicas latentes.
- El inconsciente almacena datos como las predisposiciones del ADN, todos los que hemos ido almacenando sin que sean procesados por el cerebro durante nuestra vida, así como las tendencias perceptivas que se enfocan sobre determinados estímulos de la realidad externa y que provienen de nuestro código genético.
Al final todo será estudiado desde la bioquímica, la física y las matemáticas, pero mientras tanto es necesario utilizar un lenguaje conceptual más metafórico -.
Imaginemos una naturaleza arquetípica: Artemisa, una de las diosas del Olimpo griego, una mujer libre, independiente, experimental, determinada y conectada con la vida y la naturaleza, que nace en un entorno opresivo, rígido y temeroso. Las posibilidades de que su naturaleza sea castrada de uno u otro modo, incluso de forma traumática, son altas.
O un joven Zeus, de espíritu libre, impetuoso, arbitrario y conectado intuitivamente con las mejores decisiones posibles en cada camino, hijo de un hombre saturnino (de Saturno), que contempla todo desde el sacrificio, el rigor y el esfuerzo sostenido bajo una idea escéptica y materialista de la existencia. El vínculo será difícil, insoportable y hasta que se libre del rigor puede que decida escapar “artificialmente” de ese modo de vida que le resulta tan ajeno y estrecho.
En todo caso es imprescindible descubrir, en el inicio y durante el transcurso de la terapia, qué anida latente en el inconsciente de la persona, no solo para integrarlo, sino lo más importante, para vivirlo en la práctica y de ese modo poder construir una realidad sin obsesiones o sin adicciones.