Damián Ruiz
La depresión mayor afecta a entre un cinco y un siete por ciento de la población americana y europea.
A nivel terapéutico la combinación de psicofármacos más tratamiento psicológico es lo que viene utilizándose habitualmente para las personas que padecen este trastorno. En los casos más graves se ha ensayado con terapias de estimulación cerebral.
Los resultados son ambivalentes pero, a día de hoy, nada se ha mostrado suficientemente efectivo como para considerar que hay una única terapia adecuada. Siempre va a depender del paciente y de su idiosincrasia, así como complejidad.
Por lo que a mí respecta trabajo con la hipótesis de que todo trastorno psicológico tiene un componente biológico, probablemente una predisposición genética, más un desencadenante circunstancial. Y sobre lo bioquímico no se puede incidir porque marca tendencia pero ¿qué se puede hacer con aquello que ha quedado incrustado en la psique de la persona ya sea algo vivido en el vientre materno (Frank Lake, 1914-1982), los primeros momentos de vida (Wilfred Bion, 1897-1979, Donald Winnicot, 1896-1971) o posteriormente.
En todo caso las experiencias sufridas con un claro componente traumático ya sea puntual o durante un periodo de tiempo, más breve o más largo, son, en la gran mayoría de casos, imprescindibles para que la predisposición biológica se active e incluso se haga crónica.
Entonces imaginemos alguien que en lo más profundo de su psique inconsciente, toda esa información que no accede a ser procesada por el cerebro racional pero que condiciona la vida de la persona, vive un conflicto de fuerzas psicológicas muy opuestas, por ejemplo la tendencia hacia la autodestrucción (impulso tanático, Freud, 1856-1939) y la tendencia a la transgresión en la vida real, transgresión, por ejemplo, del código moral del ambiente familiar o ético circundante. Son energías nerviosas muy poderosas que pueden llevar a postrar e inhabilitar a la persona para la vida.
Imaginemos que a través de diversas técnicas, análisis de sueño, ejercicios proyectivos, diálogo terapéutico, analítico, etc…llegamos a descubrir el gran conflicto subyacente. La cuestión es, en ese caso, qué hacemos a partir de ahí.
Los psicofármacos, de los que soy partidario si mejoran la condición del paciente, pueden también fortalecer el conflicto puesto que actúan de modo genérico, es cómo, de algún modo, proveer de nuevos refuerzos a cada uno de los combatientes.
Por ello, una vez que el paciente reconoce la lucha interna, las oposiciones que laten internamente, y eso ha requerido un trabajo terapéutico previo, hay que pasar, según mi modo de ver, a la acción.
Pero la acción debe tener un sentido, no se trata de salir a pasear, hacer deporte y distraerse, ojalá fuera tan sencillo. La acción debe ser focalizada en conseguir que la pulsión eros (de vida), aunque esté en condiciones de inferioridad, incluso si la pulsión de muerte es mucho más poderosa, llegue un momento que venza y devuelva a la “existencia real” al paciente.
Esa acción, al principio, debe ser casi única, y debe ser repetida una y otra vez hasta que la persona la incorpore como rutina y aunque le cueste un enorme trabajo realizarla.
En algunos casos la combinación de ejercicios corporales y determinado tipo de respiración, un deporte de contacto como el boxeo o la práctica de la danza africana, como ejemplo, pueden empezar a ser el punto de inflexión, no en sí la solución, pero sí aquello que inicie el cambio. Si el paciente no se vé capacitado para iniciar esos movimientos habrá que empezar poco a poco y quizás de manera mucho más sencilla, pero la acción, por muy pequeña que sea es imprescindible. Pero insisto no cualquier acción sino aquella que tenga lógica. Personalmente detesto la idea de que una persona afectada por un trastorno psíquico no orgánico tenga que distraerse o aprender a manejarlo para hacerlo más soportable. Un terapeuta debe ir, por todos los medios adecuados a su alcance, a intentar la superación del problema o su reducción significativa, y a veces se consigue y otras no, pero si la idea de partida es limitada probablemente poco se va a hacer. Otra cosa es cuando hay una condición orgánica real diagnosticada y constatada por pruebas médicas.
A lo largo de mi vida, además de por la psicología en sus vertientes biológica y psicoanalítica (especialmente junguiana, mi formación), me he interesado por cuestiones de tipo antropológico y etológico, leyendo sobre la conducta de los animales, especialmente primates (Frans de Waal, 1948-2024), pero también sobre diferentes rituales y acciones de tribus primitivas utilizados para sanar mente y cuerpo, y aunque todo eso está descartado hoy en día, quizás quedan los vinculados a la ayahuasca u otras sustancias alucinógenas, que pueden convertirse en adictivos y, por supuesto, contraproducentes para personas con una estructura psíquica frágil, es una información que puede ofrecernos aspectos interesantes y a tener en cuenta.
La depresión profunda es, a día de hoy, tan personal, es decir responde tanto a la idiosincrasia de cada paciente que los tratamientos no pueden ser más que personalizados. Quizás algún día la ciencia dará con “el método” pero hoy hay que trabajar terapéuticamente con toda la complejidad procedimental que ello supone.