No tenía intención de escribir hoy un artículo para mi blog pero acabo de recibir una llamada de una compañía telefónica ofreciéndome una oferta. Suelo responder con amabilidad porque entiendo que, la chica o el chico que llama, no es la compañía, si fuera el CEO (Concentrado y Enfrascado en Objetivos, creo que significan esas siglas,…) yo también lo soy por cierto, le enviaría directamente a freír espárragos (me gusta la expresión). Pero no, era uno de esos centenares de jóvenes esclavizados que se pasan parte de su juventud vendiendo productos estúpidos para alimentar grandes fortunas.
La cuestión es que, la chica, cuando le he dado mis excusas típicas y tópicas, que supongo que debe oír cada día decenas de veces, y antes de colgar, ha suspirado un “Ay…”.
Un “ay” que me ha llegado al alma, hasta tal punto que me ha generado una cierta congoja.
Me pregunto qué estamos haciendo con nuestros jóvenes. Qué sentido tiene vivir en esos engranajes perfectos, sin vida, sin oxígeno, con un sueldo apenas alimenticio, sin que tu inteligencia, tu creatividad importe nada, llamando y llamando, recibiendo desprecios, desplantes, a veces con algún energúmeno hablándoles como si fueran los delegados de Wall Street y los culpables del capitalismo más salvaje.
Hemos construido una sociedad asfixiante, y más lo será después de este coronavirus, donde solo algunos gozarán de privilegios, no digo, como ya he escrito, que sólo las élites, sino una pequeña y reducida clase media, y el resto sobrevivirán.
Pero ¿necesitamos tanto?, ¿vamos a seguir aceptando una existencia de pequeños o grandes privilegios fundamentados en la anulación vital de miles o millones de personas?
Yo (es un yo genérico) quiero poder gozar de la libertad de moverme por cualquier parte del mundo, de poder desarrollar mis capacidades y talentos, de no ser discriminado por mi etnia o por mi condición sea ésta cual sea, y quiero poder amar y tener sexo con quien me dé la gana (entendiendo que la otra persona también lo quiera así). Pero puedo a cambio de esa libertad y de ese tiempo renunciar a las propiedades, o a tener no más que las justas, y no necesito “poseer” si eso significa destrozar a los otros.
Personalmente hay dos cosas que me cuesta soportar, la demagogia (soy alérgico) y la discriminación de cualquier ser humano, y reconozco ser, como dicen algunos de mis amigos, de un pragmatismo un punto radical.
Pero es ese pragmatismo es el que me lleva a pensar en que un futuro mejor para todos, que incluya a pobres y ricos, pasa por un bienestar ecológico y social donde la tecnología mejore nuestra calidad de vida, y sobretodo tengamos más tiempo para disfrutar de nuestra libertad y de los afectos entre los unos y los otros.
En el siglo XXI no debe ni puede haber esclavos, de ningún tipo, ni en condiciones infrahumanas como en determinadas zonas del planeta, ni bajo apariencia de normalidad como ocurre en otras, como la nuestra.
Definitivamente la gente, todos y de todos los sectores sociales, necesitamos un cambio de conciencia, de eso se trata y de la aplicación de políticas económicas y sociales no intervencionistas, ni estatalizadoras, que fomenten las buenas prácticas en el terreno ecológico y humano.
Damián Ruiz
Barcelona, 14 de Mayo, 2020