Psicólogo y Analista junguiano en Barcelona y online.

27 marzo, 2020

El mundo y el coronavirus

Independientemente de los motivos por los cuales estamos sufriendo la pandemia de coronavirus, –en realidad me da igual si ha sido creado en un laboratorio, si es producto de la naturaleza o es una conspiración internacional de las élites para regenerar la demografía del planeta-, lo importante es que va a sacudir a un mundo ya colapsado.
La población no para de crecer en todos los países subdesarrollados, tampoco paran de crecer los muy ricos en toda la tierra y las sociedades supuestamente avanzadas, como la europea, caminan, caminaban mejor dicho, hacia la histeria colectiva en demanda de más y más derechos, más protección social, más leyes reguladoras de todo, más ingeniería social, más tonterías.
Pues bien, se acabó.
El virus ha puesto la realidad sobre la mesa.
Y cómo siempre castigará de modo diferente a las sociedades ricas que a las pobres.
La solidaridad se activará para calmar nuestras conciencias respecto a los desfavorecidos, pero no será mucho lo que se pueda hacer, aunque lo debamos hacer.
Volveremos de nuevo a lo esencial.
La decadente sociedad occidental víctima de un individualismo exacerbado, de un infantilismo generalizado, en los que se ha perdido el sentido de la autoridad, del orden en la escuela y en la familia, – niños y padres compiten por quienes son más reactivos emocionalmente-, en la que se ha producido una desconexión con la propia historia y tradición, con sus símbolos, con la cultura, -que no es lo mismo que películas comerciales, series para distraerse y libros de autoayuda-, con la calma, con nuestros museos, monumentos, catedrales, con la vida interior, con el placer alejado de las drogas, con una libertad más radical, con un ímpetu más dionisíaco y creativo, con la naturaleza de nuestros bosques, montañas y mares…esta sociedad tendrá que replantearse muchas cosas de nuevo.
La tecnología y la ciencia ocuparán cada vez más espacio en nuestras vidas pero deberemos de saber gestionar los tiempos y ocuparlos adecuadamente.
También tendremos que aprender a ser más responsables del propio destino, y habrá dos factores que deseo y espero que cambien de forma sustancial: la avaricia y la ambición desmedida de algunos ricos y la continua demanda de protección social de las clases medias y populares. -La fortuna individual debería tener un límite, el Estado del bienestar también-.
Personalmente no tengo especial devoción por ningún sector social, o quizás sí, por los jóvenes talentosos que no tienen oportunidad de salir adelante o de poder llegar a desarrollar sus potencialidades. Pero ni los ancianos ni los niños, como colectivo, me despiertan especial emoción, o dicho de otra manera hay ancianos y niños que me despiertan simpatía y afecto, y otros no. Pero eso no significa que no debamos cuidar de ellos, es preocupante que se instale una visión sociopática de la humanidad, considerando excedentes a todos aquellos que han llegado a cierta edad o padecen determinadas enfermedades (que no les provocan sufrimiento, porque sí soy partidario de la eutanasia en determinados casos y siempre que la persona la hubiera solicitado legalmente).
Si somos capaces de eso, de apartar a los viejos, empezaremos a romper algo fundamental en la estructura de nuestra civilización, porque en ellos está el fundamento de la familia y de la cohesión social. – Es irritante ver a los niños como permanente centro de atención mientras los abuelos son ignorados. No entiendo cuánto interés pueden provocar criaturas en estado de evolución y educación que no hayamos visto ya en decenas de ocasiones. Cierto que para los padres primerizos puede ser fascinante el hecho de que sus hijos levanten el dedo meñique sin caerse al suelo pero para los demás no es ningún acontecimiento, y lo digo desde una fuerte defensa de la protección de los menores, pero nada tiene que ver una cosa con la otra-.
Volviendo al tema, la cuestión está en que es muy probable que aparezca un nuevo modelo de sociedad, más centrado en lo que importa, más esencial y menos dado a las mamandurrias (entiéndase todo aquello en lo que nuestros políticos gastan incontables partidas de dinero para sostener una corte social cercana a su ideología).
Y espero que la gente empiece a hacerse cargo de sí misma, que se asuma íntegramente y que se atreva a vivir sin tener que pedir una subvención excepto para las cuestiones fundamentales de la existencia.
A veces me preguntan, durante este periodo pandémico, ¿hacia dónde crees que vamos? Y puedo equivocarme pero el modelo Trump, nos guste o no, me guste o no, creo que es lo más parecido al futuro: Democracia autoritaria, repliegue nacional, responsabilidad individual, capitalismo productivista, solidaridad civil y derechos, y libertades vivibles en la cama de cada uno, sin más alharacas.
China, Estados Unidos y Rusia, tienen claro el modelo: sociedad estructurada, fuerte y competitiva. La vieja Europa, la duquesa almibarada, tendrá que plantearse algunas cosas, por no decir muchas, entre otras acoger inmigración joven, preparada o no, para regenerar nuestros países. Al fin y al cabo llegan con ímpetu y entusiasmo para construirse un futuro en el que más que derechos pedirán libertad para crearlo. Y tendremos que apostar por priorizar los servicios públicos de alta calidad dejando de derrochar en otras estupideces.
El tercer mundo deberá desarrollar una estructura organizativa más fuerte, para eso ya contarán con los chinos, mucho más dados a construir fábricas en esos países que a crear foros y oenegés de ayuda, – no están tan inoculados de neurosis como nosotros-.
¿Estamos preparados para el cambio de modelo socio-económico, para cuando pase la pandemia? Que pasará.
La gente querrá ser protegida pero se volverá irascible si ve que su dinero e impuestos van a temas innecesarios.
Se acabó el adanismo pueril.
Volvemos a la realidad.

Damián Ruiz.
Barcelona, 25 de Marzo, 2020.

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