Que sea crónica no quiere decir incurable.
Si tuviera una visión organicista de los problemas mentales, ni sería psicólogo ni me dedicaría a la terapia.
Porque, cómo he dicho en numerosas ocasiones, existe una predisposición genética pero el ambiente y los cambios en el estilo de vida, además del tratamiento psicológico y farmacológico, pueden hacer que un trastorno se instale de forma definitiva o durante un largo periodo de tiempo o bien que se pueda llegar a superar o a reducir significativamente.
Y cómo, fundamentalmente, me dedico al tratamiento de los trastornos obsesivos, en los que muchas veces existe una depresión latente, la depresión mayor, otra de mis áreas de interés clínico, la trato con menos frecuencia.
En todo caso, en este artículo del blog, voy a procurar explicar, desde mi perspectiva clínica, que sucede en la psique de una persona que padece este problema.
En primer lugar, demos por hecho que haya una genética predisponente, como he comentado antes. ¿Hasta qué punto está obligada a manifestarse tal tendencia? ¿Serán necesarios desencadenantes ambientales? No soy biólogo ni genetista pero hay cierta discusión sobre estos aspectos aunque en el mundo científico y en la medicina de alto nivel se prioriza la idea de que la genética se expresa pase lo que pase, tarde o temprano.
En cambio hay estudios que nos hablan de la plasticidad del cerebro y de cómo las circunstancias ambientales pueden modificar la predisposición biológica de un individuo.
Ante ello, los psicólogos tenemos la obligación de trabajar como si un problema pudiera, como mínimo, mejorarse.
Entonces, genética y además ¿qué ha ocurrido en la vida de esa persona? Imaginemos diferentes tipos de circunstancias: abuso sexual, maltrato físico o psíquico, privación afectiva, abandono, todo tipo de situaciones altamente estresantes, principalmente en la infancia o la adolescencia.
Se ha producido una herida, y ¿cómo suele tratar la persona afectada de superar esa herida?
Construyendo una estructura de personalidad a partir del ego, del Yo, una idea, normalmente muy normativa de cómo debería ser la vida, lo cual no deja de ser una entelequia en la que habrá que poner mucho empeño.
¿Cual es el problema? Que no tiene fuerza para sostener esa construcción, cada vez que se intenta mantenerla, se cae, una y otra vez.
Pero además hay otro factor, muy importante, las heridas emocionales recibidas, han roto la posibilidad de que se exprese la verdadera naturaleza de la persona.
Ningún ser humano es completamente normativo, en mayor o menor medida, todos tenemos elementos peculiares y minoritarios, y somos de una determinada manera, lo que Jung llamaría “arquetipos”, es decir estructuras de personalidad diferenciadas y esenciales que corresponden a la verdadera naturaleza de cada individuo. Pues bien esto también está profundamente dañado.
Nos encontramos que el paciente depresivo crónico (y más allá de la genética):
- Ha sido herido “psíquicamente” en algún momento de su vida, de una manera grave.
- En función de eso ha construido “mentalmente” una identidad normativa idealizada. “Para salir de esta depresión debo ser así”.
- Ha sacrificado, inconscientemente, su verdadera naturaleza, que fue herida, en aras de una personalidad normativa que encaje perfectamente con las demandas sociales.
- No tiene la fuerza psíquica ni física para sostener esa construcción mental, por tanto falla cada vez que lo intenta y acaba postrado de una profunda fatiga a todos los niveles.
¿Qué habría que hacer teóricamente?
- Descubrir la identidad primigenia, el arquetipo esencial, la identidad más cercana al ser.
- Trabajar para que esa identidad vuelva a expresarse.
- Renunciar a la normatividad (algo que por cierto siempre favorece el entorno, es decir apuntala los aspectos más “normativos”, valga la redundancia, “salir, buscar trabajo, tener amigos, conocer una chica/o, hacer deporte, …”).
- Todo movimiento, tanto físico como psíquico, debe ir dirigido a recuperar la identidad esencial y, a veces esta, difiere sustancialmente de lo que se espera de alguien y de forma prototípica en función de su edad y su género.
Es cierto que, para un sector de la psicología y de la ciencia, los seres humanos somos clones que sólo nos diferenciamos en función de cómo nos adiestren.
Para otros, entre los que me incluyo, desde el momento de la concepción, uno ya es diferente y particular respecto a los otros, y el ambiente posterior va a influir en ello pero…hasta cierto punto.
Por eso es importante saber quién es, de base y profundamente, más allá de las expectativas del entorno y de su propia creación, artificiosa, de expectativas, el paciente.
A partir de ahí, hay que activar y dinamizar el organismo, al tiempo que la energía se canaliza en tratar de reconstruir la persona que, esencialmente, es.
Pero…aún hay más… ¿qué pasa si las “heridas” impiden reconstruir el “arquetipo esencial”, es decir la verdadera naturaleza de ese ser?
Y si… ¿el león ya no pudiera ser león? ¿Si resuena, en él o ella, no ya una naturaleza adaptativa sino una esencia que tiene unas características que debidas al “daño recibido” son muy difíciles de recuperar? ¿Qué hacer?
La pregunta es ¿cuántas maneras tendría uno, simbólicamente, de ser león? Si no puedo, por ejemplo, ser un dirigente determinado y atrevido, en cualquier ámbito, ¿podría escribir sobre ello?
Lo que quiero expresar es que, a veces, la naturaleza esencial no puede manifestarse de una forma directa y, entonces, se hace necesaria, la sublimación, la intelectualización, u otros mecanismos psíquicos que den vida a aquello que quizás cuesta mucho mostrar de una forma directa.
En resumen, lo peor es no tener en cuenta lo sufrido, lo acontecido, y, al tiempo, tratar de construir una falsa personalidad sobreadaptada.
Aceptar las heridas y sus consecuencias y reconciliarse con el verdadero ser, no con el ideal de uno mismo, sino con el ser más auténtico, es el posible mejor camino para, como mínimo, una mejora.
Damián Ruiz
Barcelona, 4 de Septiembre, 2023