Nueva York

Si hay una ciudad en el mundo que te contextualiza, esa es Nueva York.

Uno va a ella, especialmente la primera vez, como escribe Enric González en su libro sobre esta urbe, viendo todo aquello que previamente lleva en su interior, es decir lo que proyectamos (eso que tan a menudo ocurre con las personas y que damos en llamar “prejuicio”, sea este negativo o positivo).

A partir de la segunda, las fascinantes impresiones que recibimos los amantes del jazz, de Woody Allen, del pop art, de los rascacielos, de los mitos del cine, de las historias allí contadas en cientos de novelas, series y películas, empiezan a confluir con una realidad más contundente, más dura y rápida, sobretodo rápida.

La ciudad es una maquinaria de dinero, poder y excelencia, tan exigente como poco amable, a no ser que entres y fluyas, – en una vibrante corriente de energía que, al tiempo que te agota, te activa, y jamás te deja indiferente –, y entonces te deje paso a su mundo interior, al de los privilegios, la comodidad, la sofistificación y el espectáculo, en el más amplio sentido de la palabra.
Cómo París, Madrid o Roma pensarán. No, hay un abismo en NY entre “estar dentro o fuera”. Europa ha sabido crear zonas amables para los que no consiguen lo que aspiran y pueden participar de cierto espacio público, más o menos adornado, en los que pertenecer a la ciudadanía común te permite no sentir sensación de fracaso.

Dar lo máximo de ti mismo y obtener la puntuación, radicalmente objetiva, que esa gran urbe te otorga en ese mundo liberal, capitalista, individualista, en el que permanecer joven y de aspecto saludable es la premisa fundamental para la gran mayoría de sus habitantes de clase media.

  • Ancianos sudando, literalmente, la camiseta por Central Park -.
  • ¡Hey Guys! Saludan los camareros, en su mayoría latinos, a todos los comensales, independientemente de que sea un grupo de octogenarios.

El contexto y la puntuación no son más que dos formas de expresar lo que la capital del mundo occidental te devuelve a modo de espejo en el que reflejarse: ¿Cuál es tu nivel de energía? ¿Cual es tu calidad en una determinada área profesional? ¿A qué podrías aspirar en caso de vivir en ella? ¿Qué dice tu físico? ¿Cuánto vas a resistir? ¿Qué códigos podrías incorporar en caso de ir prosperando?

Si ahora mismo fuera joven, algo que hace ya tiempo que no ocurre, aspiraría a pasar una temporada en la Gran Manzana, no creo que para siempre, pero el entrenamiento que supone un año, siquiera tres meses allí, de trabajo e intento de integración social es tal que, posteriormente, cualquier otro lugar civilizado del mundo se convertiría en extremadamente fácil y cómodo. – Pero hay que ir en condiciones legales, no es un país para jugar-.

Los que preferimos las ciudades, las grandes, a, por ejemplo, las playas tropicales o asiáticas, el trepidante ritmo interior que te producen, la sensación imaginaria de que todo es posible al tiempo que inalcanzable, el mito desbocado por la pretensión, el ego inflamado y arrojado al precipicio, quizás una y mil veces, el suburbano atestado y el taxi en el caos, tenemos en Nueva York, en todas sus zonas, desde los bohemios Village y Soho a las de apartamentos con porteros uniformados como Park Avenue en el Upper East Side, un reto. El reto de medirse, de ponerse en contexto y conocer sin ilusión alguna la propia y verdadera dimensión.

Para ello hay que vivirla, permanecer y si meses después te sigue entusiasmando, poder decir que uno está hecho a la medida de los dioses, de los de este mundo.

– Dios está al margen de todo ello -.

Damián Ruiz
Barcelona, 26 de Septiembre, 2022
www.damianruiz.eu

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