Tendencias autodestructivas.
Hay muchas formas de autodestruirse: las adicciones a drogas o al alcohol son algunas de ellas, negarse a comer es otra y la más directa es la de la acabar bruscamente con la propia vida. Este artículo tiene relación con esto último, con las ideas suicidas y los intentos de llevarlas a cabo, del porqué y del cómo salir de ello.
Colapso vital
Empecemos por algo evidente, a una parte importante de la población les ha pasado alguna vez por la mente la idea de acabar con su vida, porque, a veces, se produce eso que podríamos llamar colapso. Es decir, llegar a un callejón sin aparente salida, y encontrarnos encerrados sin saber qué hacer.
Es cierto que eso es duro y difícil de soportar, pero hay que entender algo, no podemos salir no porque no haya medio de hacerlo, sino porque nuestro pensamiento se mueve dentro de unos circuitos determinados y repetitivos en los que parece no haber hueco por el que escapar. Pero esa no es la realidad, es “nuestra” realidad mental, por lo tanto, si alguien te ayuda a buscar un nuevo “camino neuronal” para activar otras soluciones que ni siquiera se te habían ocurrido puedes encontrar la puerta que te lleve a otro lugar.
Tienes un sentido para tu vida
Es cierto que hay personas que no llevan días ni meses sino años atrapadas en una desesperanza angustiosa, sin recursos, sin ayuda válida y que les tiene absolutamente agotados energéticamente, lo que les lleva a pensar que lo mejor que podrían hacer es desaparecer. Pero es un error, un gran error, no hay nadie, absolutamente nadie, y lo digo con total certeza y convicción que no tenga un sitio en el mundo, que no tenga un sentido para su vida. De lo que se trata es de encontrarlo, y para eso es necesario pedir ayuda.
Otra cosa es el suicido como acto de rebeldía o acto de agresión para demostrar a alguien o a los demás lo mal que se portaron con ellos, es una forma de venganza, absurda pero venganza, que les lleva a creer que con ese acto los otros sentirán el mismo dolor que le hicieron sentir a él o a ella, o el dolor que no supieron captar que él sufría.
Es una gran equivocación, porque por fortuna o desgracia, las muertes de los demás se acaban superando, después de más o menos tiempo, y la vida continua, con lo cual ese acto solo sirve para desaparecer sin más, porque al final esa muerte acabará siendo justificada con la idea de que “lo hizo porque tenía un trastorno mental” o algo parecido. La gente suele liberarse de los sentimientos de culpa para poder vivir con cierta tranquilidad.
Dos perfiles con los que hay que tener especial cuidado
Los jóvenes, especialmente adolescentes, que ante determinadas experiencias vitales pueden llegar a considerarse las personas más desgraciadas del mundo (hay que tener en cuenta que en esa época de la vida todo se vive con muchísima más intensidad) y hacer tentativas que pueden acabar muy mal.
Por otra parte, las personas que han creado un mundo perfecto, debido a su voluntarismo y eficacia, pero que sienten que ellos no pertenecen a ese mundo, y que se han bloqueado y no perciben dentro de sí ninguna alegría de vivir, y por tanto, incapaces de abandonar lo que han construido prefieren desaparecer.
Volver a respirar
Todo esto son errores y más errores, en realidad se trata, en el primer caso, de una expresión excesivamente romántica y trágica (alterada por las hormonas) y en el segundo de pura cobardía, puesto que, en un momento determinado, uno tiene que tener el coraje de cambiar de vida, de aceptar sus sentimientos, y de dejarlo todo o parte de lo hecho para poder volver a respirar de nuevo.
Comprendo que a veces faltan las fuerzas, que uno no tiene ni aliento para solicitar ayuda o que la desesperanza es tal que no se cree que nadie pueda hacer nada.
Se puede salir del pozo, de las tinieblas y empezar a cambiar los esquemas mentales que nos llevaron hacia esa posición, y salir, aunque para ello sea necesario un verdadero proceso de autentificación, de respeto hacia uno mismo e incluso de enfrentamiento o de abandono de lo que somos incapaces de soportar.
Este es mi firme convencimiento, y mi experiencia profesional me ha demostrado que, aún en casos aparentemente muy desesperantes, se puede volver a recuperar la ilusión de vivir.
Damián Ruiz.
Psicólogo (Col.7884)
Analista junguiano (IAAP)
Barcelona.