Damián Ruiz
Cuando una persona padece un trastorno obsesivo, del tipo que sea (de contaminación, de orientación sexual, de miedo a dañar a alguien, de pedofilia, de limpieza, etc.) según el grado de intensidad por el que esté afectado suele tener un nivel de sufrimiento psicológico y de preocupación muy elevado.
Por ello, lo primero, y más importante, es aceptar que la sintomatología obsesiva no surge voluntariamente de la persona, ni de su pensamiento consciente, sino que es un elemento irracional derivado de una elevada ansiedad no canalizada, una especie de factor autónomo e inconsciente.
Porque más allá de la posible predisposición genética lo que sí sé, después de años de experiencia terapéutica, es que ha habido un desencadenante en algún momento de la vida del paciente, normalmente en su infancia o adolescencia, un hecho traumático puntual o espaciado en el tiempo que generó un bloqueo de los instintos y de las emociones. Bloqueo que llevó a la persona a un nivel excesivo de represión y adaptación a las circunstancias para evitar situaciones negativas.
Es decir, aprendió a vivir prescindiendo de los verdaderos deseos y de la espontaneidad que les acompaña para, atrapado en el miedo, procurar que nada malo ocurriera.
A partir de esto lo que hay que hacer, en resumen, es devolver a la persona la libertad de ser ella misma recuperando sus instintos (esto es lo que nos hace interactuar en nuestro hábitat de manera más abierta), sus emociones y la conexión con su verdadera esencia como personas y, por tanto, superar, repito, el miedo y la culpa (emoción adjunta en una gran mayoría de casos).
Mi trabajo terapéutico no consiste en enseñar a manejar los pensamientos o los rituales obsesivos. Lo que trato de hacer es procurar que desaparezcan y para ello es imprescindible reducir considerablemente la ansiedad subyacente cambiando, de acuerdo con el paciente, su estilo de vida, así como ayudándole a volver a recuperar la conexión con su parte más “primaria” a través de una serie de actividades, pactadas, a realizar en su vida cotidiana.
Es evidente, por otra parte, que todo tratamiento psicológico es “personalizado” y si hago mención expresa de ello en el título del artículo es porque no trabajo con técnicas ni estrategias de uso generalizado sino con una serie de acciones y recomendaciones expresamente desarrolladas para cada uno de los pacientes.
Superar o reducir significativamente un TOC, por muy grave que sea, es posible en una gran mayoría de casos.