Este fin de semana pasado asistí a una jornada, vía zoom, sobre lo femenino y la psique en Jung, organizada por la sociedad francesa de psicología analítica.
Uno de los ponentes ofreció una conferencia alrededor de Fernando Pessoa y sus heterónimos, identidades ficticias creadas por el mismo autor y que, supuestamente, poseen una personalidad diferente y, por tanto, escriben desde diversas perspectivas.
El conferenciante decía que Pessoa consideraba la unidad arquetípica producida por el cristianismo, estamos hablando de principios del siglo pasado, una forma de decadencia, al hacer que la multiplicidad de formas en las que se puede expresar el ser humano quedase claramente limitada.
El cristianismo, así como las religiones monoteístas, establecen dos figuras claramente diferenciadas: el hombre y la mujer, y ambos de orientación heterosexual.
Es decir sexo, género y heteronormatividad van unidos, de tal manera que no se “entiende” una expresión diferenciada de ello.
Actualmente, en pleno apogeo de los tiempos “woke” (movimiento e ideología de izquierdas que promueven la no discriminación y la justicia social para todas las minorías, sean estos grupos raciales, lgtbi o sectores alternativos) y de la política de “cancelación”, hay una tendencia a promover y proteger las diferentes manifestaciones que pueden dar lugar en la ecuación en la que los citados sexo, género y orientación sexual se conjuntan de modo múltiple dando lugar a expresiones de la identidad muy diversas.
Si para Pessoa la “unicidad” era una manifestación de la decadencia social, para los sectores conservadores de la sociedad es lo contrario, es la “multiplicidad” lo que lo representaría.
- Un apunte, cualquiera que lleve años ejerciendo la psicoterapia como es mi caso, sabrá que la representación de dicha unidad es falsa, y que sólo es un espejo en el que nos gusta reflejarnos, para la comodidad y tranquilidad de nuestra psiquis y del orden social.
Las vidas de las personas son, más allá de las conductas, mucho más complejas de lo que se manifiestan y, probablemente, responden a muchos más matices que, de expresarse, romperían esa unidad visual en la que estamos acostumbrados a vivir-.
Cuando vamos por la calle vemos a semejantes que, aparentemente, tienen identidades similares a las nuestras, pero si algo se manifiesta de forma diferente, un “hombre” que viste de “mujer” según una percepción tradicional o una identidad no definida, y que no podemos catalogar inmediatamente, entonces nuestro cerebro puede inquietarse buscando, ansiosamente en algunos casos, una ubicación para lo que acabamos de observar.
La cuestión es que la unicidad es asfixiante pero la multiplicidad puede llegar a ser inquietante para aquellos que no tienen construida una identidad, ya sea porque están, por edad (especialmente en la adolescencia), en proceso de hacerlo, ya sea porque las circunstancias de la vida no les ha permitido consolidarla (p.ej. traumas vividos en épocas tempranas).
Es cierto que en las sociedades autocráticas se impone el criterio de mantener el espejo en perfecto estado para que cada individuo pueda reflejarse en ”los otros” sin la más mínima duda o “desviación”, mientras que en las sociedades abiertas y liberales las formas se van multiplicando de tal modo que, para algunos sectores se genera una cierta zozobra colectiva, especialmente en aquellos que más necesitan un criterio estable, una única manifestación del “ser”.
En algunas ocasiones los que más se inquietan pueden tener escindida una parte de sí mismos, incluso expresarla como “un complejo autónomo” que se manifiesta de forma compulsiva o adictiva.
Dejar el “espejo roto”para que la realidad de los seres se manifieste en una diversidad de formas y lo podamos ver en su máxima expresión no deja de ser un ejercicio arriesgado, quizás más honesto y auténtico, pero peligroso porque aquellos que requieren de una expresión claramente unívoca en la que género, sexo y orientación deben manifestarse según la ley moral tradiciona. Al inquietarles es posible que lleguen a promover una involución, con la única y clara intención de reconstruir el espejo y dejarlo impoluto.
El término medio, en el que se aceptan espacios psíquicos y físicos, disidentes de la unidad, se conserva el misterio y se permite el asentamiento de los que necesitan la claridad de las formas, es posiblemente la mejor opción para la convivencia social y para la paz de las psiquis.
Romper más el espejo podría empezar a ser muy peligroso.
Damián Ruiz
20 de Noviembre, 2022
www.damianruiz.eu