El Trastorno Obsesivo desde una perspectiva simbólica

Cuando nos preguntan qué línea psicológica seguimos en el IPITIA, el centro que dirijo, para tratar el TOC siempre respondemos que es una línea ecléctica e integradora, un método analítico-experiencial, en el que sí hay elementos conceptuales propios de la teoría junguiana, porque esa es mi formación, pero no son los únicos, la teoría bio-psico-social de Th. Millon o la propia etología, -estudio del comportamiento animal-, son si cabe tanto o más influyentes en la forma de terapia que utilizamos.

En este artículo, en cambio, voy a tratar de aproximarme a lo que podría ser una visión simbólica de lo que podría ser un TOC.

Parto de una premisa, un trastorno obsesivo se origina a través de dos variables fundamentales:

  1. Cierta predisposición genética (que no condena, es decir que no tiene porqué manifestarse sino hay factores que la desencadenan).
  2. Experiencia traumática o estresante vivida en un momento puntual de la vida o durante un determinado periodo de tiempo, especialmente en la infancia o la adolescencia.

¿Cuál es el grado de influencia de cada variable? Dependerá de cada caso pero sin la concurrencia de las dos no se da un trastorno obsesivo (me atrevería a decir que las dos son necesarias para cualquier tipo de trastorno psicológico).

Por tanto sí, reiteradamente sí, contundentemente sí, se requieren las dos variables para que se dé este trastorno. Y me parece casi una frivolidad considerar que sólo una es la causante, sea cual sea de ambas.

Entonces ¿qué ocurre?
El cerebro reptiliano, amígdala-hipocampo, queda impregnado de una memoria emocional atrapada en el miedo y/o la culpa. Y, por tanto, “secuestra” el psiquismo de la persona.

La persona afectada pasa a vivir, a partir de cierto momento, más por evitación que por deseo, más para que no ocurra nada malo que para alcanzar lo positivo. La vida es un tablero de ajedrez y la espontaneidad apenas existe. Se ha instalado la rigidez y la ansiedad se manifiesta como la forma que tiene el organismo para rebelarse, y cuando no se le hace caso, se convierte en una manifestación obsesiva/compulsiva.

Voy a lo simbólico.

Empezaré con dos dioses griegos, Apolo y Dionisio eran hermanos de padre, Zeus, el dios supremo del Olimpo.
El primero representa el orden, la armonía, la razón, la civilización y la belleza, entre otras.
Dionisio por contra, representa el exceso, el éxtasis, el caos, lo espontáneo, lo anticonvencional,…
Pongo un ejemplo:
Un pintor apolíneo será aquel que haga retratos realistas tratando de aproximarse fielmente  al objeto, uno dionisíaco se dejará llevar por la intuición y por la emoción para componer algo mucho más cercano a su particular percepción sensorial que a la verdad.

¿Qué dios predomina, simbólicamente hablando, en una persona con TOC?
Apolo, sin lugar a dudas, en su máximo esplendor, y Dionisos apenas existe, ni sombra de él (o sí si nos referimos al concepto junguiano de “sombra”, el inconsciente latente que alberga todo aquello que somos y sentimos pero no vivenciamos en la realidad) .
Es más, hasta las actividades propias de este último, como bailar, se realizan desde la perspectiva del primero, de la razón. La persona actúa controlando sus movimientos y la imagen que puede estar ofreciendo ante los demás.

Entonces, lógicamente, habrá que integrar a Dionisos, como mínimo lo suficiente como para compensar la tiranía apolínea (eso que en mi libro llamo “rescatar a la princesa”).

Habrá que invocarle como hacían los antiguos griegos, o mejor empezar a activar aquellas tareas o vivencias propias de su deidad.

Un paréntesis. Es verdad que hay personalidades del mundo del espectáculo que padecen un trastorno obsesivo, así es, y que aparentemente son dionisíacas: alcohol, algunas drogas, sexo promiscuo, fiestas… Sí, ¡pero todo lo hacen desde el control!Es más, quizás sin determinadas sustancias no podrían “diluirse” como lo hacen dentro o fuera de un escenario!
Porque evidentemente, para un apolíneo “duro” la integración de “su contrario” requiere de valor, de mucho valor. Y no todos están dispuestos a hacerlo. Porque para alguien con TOC todo lo que signifique “dejarse llevar” les suena a aventura arriesgada, a ridículo o algo que no pueden controlar y les asusta.

Imaginemos la siguiente escena:

Llega un apolíneo puro a la consulta: hace deporte con asiduidad, estudia o estudió una carrera técnica o científica, tiene una novia a la que quiere y con la que espera formar una familia, se lleva bien con sus padres, incluso tiene cierto nivel de amistad con ellos, especialmente con el padre y tiene amigos con los que sale a tomar algo y a divertirse. Evidentemente es incapaz de transgredir mínimamente en ningún aspecto: es fiel hasta la médula, cree que a todas las mujeres les gustan los hombres y a todos los hombres les gustan las mujeres, en su imaginario el pack “esposa-hijos-casa-perro-piscina-barbacoa-fútbol” se presenta como el paraíso en la tierra.
Si su vida fuera una serie cinematográfica lo máximo que podría pasar a nivel dramático es que al perro se le clavará algo en la pata y tuvieran que salir de urgencias a buscar un veterinario.
Hay un concepto que jamás entenderían ni entienden: la ambigüedad.
Para un apolíneo puro las cosas son lo que representan formalmente, ni más ni menos.
Por eso si leen les gusta la novela histórica por ejemplo, donde los sentimientos son siempre nobles y poco dados a veleidades, o ensayos, donde cultivan el pensamiento.

Pero resulta que a nuestro apolíneo le sucedió una circunstancia dramática, por ejemplo, vio a su madre besándose con otro hombre cuando él era pequeño. Eso le generó un impacto tal que, desde ese momento, y de manera inconsciente se lo guardó para sí y trató de hacer que sus padres nunca se separaran. Desde entonces vive con un miedo latente, a que la familia no se destruya, y con culpa por no haber dicho nada.
Ya tenemos el desencadenante futuro de la ansiedad, y quizás del trastorno obsesivo.

Vive atrapado en un dogma conservador que no se corresponde con la realidad de la vida, es esclavo de una creencia. Todo es mucho más cambiante, con múltiples matices, más complejo.

Y si no integra el componente dionisíaco, sino desarrolla el ánima (el inconsciente femenino en la psique del hombre), si no “rescata a la princesa”, puede vivir atrapado en la ansiedad, sin capacidad para disfrutar de la vida, para relajarse, para diluirse.

¿Cómo se integra Dionisos?

Fundamentalmente a través del cuerpo y los sentidos: el baile, la música, el teatro, los masajes, el no hacer nada, la creatividad a través de cualquier manifestación artística o musical, la armonía del cuerpo (y no tanto la musculación del cuerpo), la búsqueda de la belleza en uno mismo o los demás, salir de lo establecido (no es necesario romper ninguna regla moral o ética), la comprensión del otro, sea de otro género, de otra tendencia sexual, de otra cultura, la apertura en todos los sentidos.

Pero claro, todo esto requiere de un proceso terapéutico más complejo, práctico pero profundo, porque de lo que se trata es de generar una personalidad más integrada, sin una excesiva unilateralización.
Estamos en tiempos de reduccionismo y de simplismos psicológicos pero la psique requiere de cierta hondura al abordarla y el cambio requiere de acción.

Damián Ruiz
www.damianruiz.eu
Barcelona, 9 de Diciembre, 2021

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