Tal como dije en uno de mis anteriores escritos aquí está el artículo sobre la estrella y el producto lácteo.
En el verano de 2016, Liza Minnelli, la cantante y actriz estadounidense, dio un concierto en el Festival de Cap Roig que se celebra anualmente en Calella de Palafrugell, uno de los pueblos más bonitos de la Costa Brava.
Yo que siempre he sido un admirador, y algo mitómano, de esas figuras estelares del show business, especialmente americano, -pero no solo-, no dudé en adquirir las entradas para el concierto, y allí que estuvimos mi esposa y yo, no en las primeras filas porque estos eventos se hacen, fundamentalmente, para la burguesía catalana que es quien habita estos lares durante la temporada estival, y los precios son bastante prohibitivos.
Burguesía que, como todos sabemos, vive en precario por culpa de los subsidiados andaluces y las autopistas sin peajes que tienen los castellano-manchegos, entre otros agravios.
Lo normal en este tipo de acontecimientos es que casi todos se conozcan, pero siempre hay algún outsider, como lo éramos nosotros, que pululan por los jardines en el momento cóctel antes de que empiece el espectáculo. – Los middle-class somos bastante identificables, y estoy convencido que requerimos un repaso de una fracción de segundo para que se sepa que no somos uno de ellos-.
Pero ese día no estábamos solos, lógicamente. Había un personaje con aspecto algo contraído, barba larga, gafas de entomólogo, pantalones bermudas, botas camperas y calcetines. Creo que si un día la Minnelli se encuentra con un auditorio lleno de público así deja la canción.
Iba con una chica, ligeramente atractiva, que le escuchaba atentamente con cara de “este me ha pagado la entrada, vamos a soportarlo el tiempo necesario” y, en un momento dado al pasar cerca de ambos, escuché que le estaba hablando de quesos, exactamente de diferentes variedades de quesos. Supongo que consideró que el contexto y el ambiente requería una conversación de esas características y qué mejor acto de seducción que conseguir que su acompañante acabara salivando.
Pero intuí algo, y le dije a mi mujer, “a este lo vamos a tener al lado”.
Efectivamente, cuando nos dispusimos a ocupar nuestro asiento, vimos que dicho personaje y la chica se acercaban y se sentaban exactamente al lado. Inspiré profundamente porque cuando acudo a un espectáculo de estas características lo vivo como si fuera la ceremonia de entronización de un monarca y yo fuera el supervisor, y temí que el personaje no dejara de incidir en su discurso.
Tal cual, entró la Minnelli, que tiene el mismo sentido del tempo sobre escena que el de un vendedor de gaseosas en un cine de los años 50 , dicho de otra manera, no sabía si era ella o alguien de limpieza que iba apresurado a recoger algo.
– ¡Qué importante es el dominio del tiempo para un intérprete! Hay quien que con sus silencios consigue que todo el público acabe en pié aplaudiendo fervorosamente. Para aquellos maduritos que hayan visto a Raphael en concierto sabrán que podría cantar afónico y, aún así, hacer que el público estallara en una especie de delirio colectivo.
El chico seguía con el tema de los quesos, sin compasión además… Y llegó el momento estelar, las primeras notas del “New York, New York”, esta canción fue compuesta por John Kander y Fred Ebb en 1977 para la película del mismo título dirigida por Martin Scorsese e interpretado por la misma cantante. Este tema es para los liberales de cierta edad equiparable a la Internacional para los comunistas. Los primeros cinco segundos suelen generar una algarabía en la que por un breve instante nos sentimos dueños de nuestro destino y capacitados para conseguir nuestros sueños, luego volvemos a la realidad, pero eso no nos lo quita nadie.
¿Qué hizo Mr. Fromage? Alzó la voz porque con tanto aplauso la chica se podía perder con qué vinos marida el cabrales, algo fundamental para su porvenir.
No pude más y le dije, en catalán, y con tono firme: “¡Quieres dejar de hablar de quesos por favor!”. En ese momento calló y creo que se dio cuenta que estaba en un concierto y que la doncella que le acompañaba estaba a punto de tirarse gradas abajo.
No es tanto que me molestara, que también, los mezquinos me producen urticaria, sino que me dejó reflexivo. De vez en cuando el sujeto me viene a la mente y me sorprende su descontextualización, pagas una entrada, nada barata, llevas a una chica que supuestamente te gusta, estás ante un concierto de cierto nivel y ¿no paras de hablar? ¿de quesos?
Es cierto que en este mundo cabemos todos, este es un ejemplo, pero la verdad es que en función de lo que pensamos, de lo que aspiramos, de lo que nos emociona, inspira, alegra o motiva, estamos constatando un nivel evolutivo u otro.
Yo insisto en mi teoría, cada vez más contrastada por la experiencia vital, de los diferentes niveles de alma (de conciencia dicho de forma más prosaica) que coexisten en el planeta, independientemente de la condición de origen de la persona y de la educación que haya podido recibir.
La mezquindad es lo más opuesto a la nobleza y mientras algunos escarban en lo pequeño, viviendo en circunstancias que permitirían una mayor amplitud de miras, e incluso de ello hacen un estilo de vida, otros trascienden los límites del costumbrismo para acercarse a una existencia más plena, menos condicionada, más libre y más auténtica.
Espero, al menos, que la “Beatrice”* deseada de nuestro experto no fuera intolerante a la lactosa.